jueves, 30 de diciembre de 2010

DE LA FILOSOFÍA ANTIGUA A LA FILOSOFÍA MEDIEVAL: SAN AGUSTÍN. FILOSOFÍA Y RELIGIÓN



Comprender las raíces de la filosofía medieval conlleva retrotraerse al nacimiento de Cristo y sus implicaciones filosóficas.
El nacimiento de Jesús supone la culminación de la fe bíblica judía y el anuncio de una salvación para toda la humanidad. Va desapareciendo, con esta idea, la concepción de una realidad circular, siendo el tiempo ahora el marco histórico en el cual el hombre debe buscar su salvación.
Esta salvación era demandada en toda Europa Occidental como consecuencia de la caída del Imperio Romano y el orden social, político, jurídico y económico que en él se basaba.
En esos tiempos de crisis se abraza al hombre al cristianismo, que presenta a Dios como un ser bueno y bello, que crea el mundo de la nada y lo conduce con su providencia.
La vida del hombre adquiere sentido en su relación con Dios, que se convierte en el centro del universo. El hombre es llamado a participar del ser divino y de la felicidad eterna.
Se entenderá el conocimiento como el resultado de la iluminación de Dios y la moral se fundamentará en la intervención divina, que ayuda al hombre a superar su finitud en el ejercicio del amor y la caridad.
El conocimiento se considerará muy recomendable para acceder a la verdad y así aspirar con mayor fundamento a la salvación, pero el camino hacia la verdad está alumbrado por la fe: sólo el que tiene fe posee alguna posibilidad de guiar su razón adecuadamente para acabar conociendo la verdad.

Estas ideas comenzaron a tomar forma en la obra de San Agustín (354-430). Un pensador muy influido por Platón. Defenderá el dualismo antropológico, si bien concederá una clara superioridad ontológica al alma sobre el cuerpo. Éste es material y corruptible; aquélla, inmaterial e incorruptible.
En el alma se distingue la razón inferior, que se encargaría del conocimiento sensible, aunque San Agustín no lo considere propiamente conocimiento, y la razón superior. Ésta supondría un conocimiento inteligible de las verdades necesarias, inmutables y eternas, las ideas platónicas, que existen en la mente de Dios, quien interviene iluminando el intelecto del hombre y posibilita así su conocimiento (iluminismo o doctrina de la iluminación de San Agustín)

En cuanto a las relaciones fe-razón, San Agustín defendía que la verdad tenía que ser una y común a todos. La filosofía y la religión son dos medios de los que el hombre dispone para acceder a una única verdad, la verdad de Dios.
En ese sentido, defendía el “intellege ut credas, crede ut inteligas”, comprende para creer, cee para comprender.
La razón precede a la fe: su misión se limita a demostrar que no es absurdo creer; al contrario, que sería contradictorio desde un punto de vista racional o lógico no tener fe, no creer que existe un Dios creador del mundo
Una vez establecida racionalmente la base de la fe, sólo resta sentirla con la suficiente intensidad como para ser dignos de la iluminación divina.
Pese a que San Agustín trata de convencernos de que razón y fe se encuentran en un mismo plano y no existe oposición ni enfrentamiento, sino colaboración, resulta obvio que la razón juega un papel muy secundario: por sí sola es incapaz de acceder a la auténtica realidad, a la verdad. Se revela como condición necesaria, pero en absoluto suficiente para alcanzar la verdad. Ésta se encuentra sólo reservada para aquellos que cultiven su fe.
La razón sólo resulta útil en el caso de duda, cuando no se tiene muy claro si es razonable creer en un dios creador o no. Ahí, la razón debe venir al rescate de la fe.

En cuanto a Dios, San Agustín da por sentada su presencia en el alma humana y no cree preciso ni posible proceder a la demostración de su existencia.
Basándose en la sentencia, “yo soy el que soy”, Agustín deduce que Dios es esencia sin accidente, inmutable y perfecto; el ser mismo, la realidad plena y total.
Dios es el único ser necesario, es decir cuya existencia es necesaria. Ser y existir en Dios son una y la misma cosa. Con ello, Agustín posibilita la existencia de lo contingente, que al participar de la idea de Dios, encuentra en él su razón de ser.
Dios crea el mundo de la nada, aunque afirma que antes de la creación del mundo existían las ideas en su mente, las cuales utiliza como arquetipos supremos para crear la realidad contingente.

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