lunes, 14 de febrero de 2011

COMPARACIÓN HUME-DESCARTES


Dado que son dos autores próximos en el tiempo y pertenecientes a corrientes contrarias de una misma época, creemos oportuno comparar a Hume con Descartes.

Hume era empirista. El empirismo, al igual que el racionalismo, se centra en el conocimiento y en el modo en que conocemos, así como en los materiales de que está hecho el conocimiento. Los principales representantes del empirismo fueron Locke, en el Barroco, y J. Berkeley y David Hume en la ilustración inglesa. Los principales representantes del racionalismo fueron Descartes, Leibnitz, Spinoza y Malebranche.Hume distingue dos tipos de percepciones: impresiones e ideas. Las impresiones son los datos inmediatos de una experiencia sensible, mientras que las ideas son las copias debilitadas que quedan en nuestra mente después de una experiencia sensible. También distingue entre percepciones simples y complejas. Las simples son indivisibles y las complejas son divisibles. Critica la metafísica, y niega la existencia de la idea de sustancia, ya que no se corresponde con ninguna experiencia sensible.Para Descartes, el método de conocimiento eran las matemáticas, más en concreto la geometría de Euclides; mientras que para Hume era la física de Newton. Descartes utilizaba el método hipotético-deductivo, que va de lo universal a lo particular. Hume utilizaba el método inductivo, que va de lo particular a lo universal. Hume cree que el conocimiento es probable. Descartes cree en la existencia de una ideas innatas en el ser humano, verdades innegables y seguras; pero Hume las niega, pues para él la mente humana al nacer es como un libro en blanco en el que se va escribiendo a través de la experiencia.Para Descartes el criterio de verdad era la evidencia: algo existe cuando la razón lo ve como evidente, claro y distinto. Para Hume el criterio de verdad era el criterio de la correspondencia: algo existe cuando se corresponde con una experiencia sensible. Para ambos filósofos, el conocimiento es el conocimiento de ideas, pero tienen distintos conceptos de ideas. Descartes piensa que una idea es una especie de lente a través de la cual vemos lo realmente existente; para Hume es una copia debilitada que queda en nuestra mente después de una experiencia sensible.La postura de Hume lleva al escepticismo y al fenomenismo mientras que Descartes, y con él, la filosofía racionalista en general, como el mismo Kant indicó, cae en el dogmatismo

CONTEXTO HISTÓRICO-FILOSÓFICO DE DAVID HUME


El filósofo escocés David Hume (1711-1776) desarrolla su obra durante el siglo XVIII, en el seno de la corriente empirista y llevando a la práctica los principios fundamentales que caracterizaban la Ilustración.Se trata de un siglo de recuperación económica y de explosión demográfica, una época de grandes transformaciones, que se aceleran sobre todo a partir de 1750.Es la época en la que Adam Smith elabora sus tesis liberalistas, en la que se inicia la revolución industrial con la invención por Watt de la máquina de vapor .Desde el punto de vista social, se agudiza la crítica a la sociedad estamental, que acabarán provocando la Revolución Francesa.Desde el punto de vista científico, Newton dará el impulso definitivo al desarrollo de la ciencia moderna.Hume, como filósofo empirista compartía con John Locke el rechazo del dogmatismo de quienes se empeñan en hacer un uso inapropiado de la razón para mostrar una seguridad absoluta en el conocimiento, sin tener en cuenta cómo piensan y actúan los seres humanos. Desde este posicionamiento, adoptará una actitud epistemológica que le abocará a una crítica radical de la metafísica y moral tradicionales y una defensa de la tolerancia fundamentada en la creencia y la probabilidad frente al dogmatismo.La finalidad de Hume coincide con los ideales de la Ilustración, que proclama la libertad, la tolerancia y la supresión de la superstición frente al fanatismo que habían alimentado las guerras y la intolerancia en Europa.

LA MORAL

El pensamiento ético de David Hume es totalmente coherente con su teoría del conocimiento, y, por ello, da una gran importancia a los sentimientos, y, en cambio, no considera que la razón sea el elemento central a la hora de realizar los juicios moralesLa mayoría de pensadores anteriores han considerado que el fundamento básico de la ética ha sido siempre la Razón. En cambio, Hume no compartirá esta opinión, ya que considerará que la Razón no puede ser el único fundamento básico para las cuestiones de tipo ético. Los juicios morales determinan nuestro comportamiento al dictarse aquello que debemos hacer y lo que no. En cambio la razón no puede determinar nuestro comportamiento. El conocimiento intelectual no puede determinar o evitar un comportamiento, ya que el conocimiento sólo puede ser de relaciones entre ideas (conocimiento analítico, alejado de cualquier consideración moral) o conocimiento de hechos, (y los hechos son hechos, no juicios morales).
El auténtico fundamento básico del juicio moral lo encontramos en los sentimientos. Son los sentimientos morales los que nos pueden mostrar la bondad o maldad de las acciones humanas. Esto tiene como consecuencia más importante la no existencia de una moral general basada en la razón, sino que la moral estará basada en los sentimientos, en un sabor similar al gusto estético y, por tanto, la pretensión de crear normas morales racionales no tiene sentido. No se sabe, racionalmente, que una acción es moralmente reprobable, se siente, por ello su propuesta ética será el emotivismo moral. Ésta será la primera propuesta de carácter democrático basado en la regla de la mayoría, al igual que los sistemas democráticos actuales, será la utilidad de los seres humanos el planteamiento propio del hecho ético y político.
Hay que tener igualmente presente que Hume no niega que la razón intervenga a la hora de crear el juicio moral, lo que niega es que sea la única que interviene, y, incluso, niega que sea el elemento más importante, pero sin llegar a negar que la razón esté fuera de la elaboración del juicio moral.

COSTUMBRE Y CREENCIA

La costumbre y la creencia son los mecanismos psicológicos en los que Hume fundamenta el principio de causalidad. Su formulación podría ser “todo lo que comienza a existir debe tener una causa de su existencia”, el pensador escocés somete a consideración la naturaleza de dicho juicio. De entrada, queda claro para el escocés que no se trata de una relación de ideas, puesto que de la simple contemplación de la causa no puede deducirse el efecto; son de ideas que no se encuentran ligadas por relación de necesidad alguna y resulta perfectamente concebible la una sin la otra.
Ahora bien, según Hume, el principio de causalidad tampoco puede ser considerado una cuestión de hecho. Cierto es que entre el fenómeno “causa” y el fenómeno “efecto” existe una contigüidad en el espacio, una sucesión temporal y una inquebrantable regularidad. Sin embargo, la causalidad, tal y como es propuesta por principio, establece que necesariamente el efecto debe suceder a la causa. Es postulado con la misma necesariedad que una relación de ideas, y esto es lo que Hume no acepta. La experiencia acredita que hay una sucesión espacio-temporal y regular entre el fenómeno “causa” y el fenómeno “efecto”, pero en ningún caso se tiene experiencia de esa necesariedad con la que el principio se forumula.
Esta, procede, según Hume, de la forma con que la naturaleza humana se apropia de la experiencia: el hombre tiende a creer que existe neciesariedad allí donde se ha habituado a contemplar dos fenómenos tan unidos como lo son los denominados causa y efecto.
El hábito, es decir, la costumbre adquirida por la experiencia de esa sucesión regular es la que conduce al ser humano a establecer la creencia de que se encuentran unidos por una ligazón necesaria, al estilo del que impera en las ciencias formales.
Creencia y hábito son los dos mecanismos psicológicos a los que apela Hume para explicar la supuesta necesariedad que rige el principio de causalidad.
La creencia añade un plus a la mera concepción o comprensión de una idea: la creencia “es una idea concebida de una manera peculiar”. Lo que se añade a la idea es un sentimiento, el sentimiento que nos hace vivir con más fuerza, intensidad o firmeza dicha idea. Y, dado su punto de vista empirista, encuentra que este sentimiento es consecuencia de la relación que mantiene dicha idea con una impresión, definiendo la creencia como una “idea vivaz relacionada o asociada con una impresión presente”.
No obstante, la posición de Hume con respecto de la creencia tes ambigua:
a veces parece entender por creencia toda vivencia en la que nos comprometemos con la verdad de una idea, distinguiendo en este caso las creencias que son consecuencia del ejercicio de la razón (como las que encontramos en las ciencias que se refieren a relaciones entre ideas, las matemáticas y la lógica), de las creencias que son consecuencia del hábito, de la mera costumbre tras la observación de las relaciones de semejanza y contigüidad entre hechos (como ocurre con todo conocimiento empírico);pero en muchos textos parece separar las creencias de los actos de razón, considerando toda creencia como un acto de fe consecuencia de un instinto natural o sentimiento producto de la costumbre.

CRÍTICA DE LA IDEA DE SUSTANCIA Y DE LA CAUSALIDAD


La teoría del conocimiento de Hume le abocó a poner en tela de juicio el valor cognoscitivo de conceptos fundamentales hasta ese momento en la metafísica tradicional, como son los de “causa” o “sustancia.

En cuanto al principio de causalidad, cuya enunciación podría ser “todo lo que comienza a existir debe tener una causa de su existencia”, el pensador escocés somete a consideración la naturaleza de dicho juicio. En principio, queda claro para él que no se trata de una relación de ideas, puesto que de la simple contemplación de la causa no puede deducirse el efecto. Se trata de ideas que no se encuentran ligadas por relación de necesidad alguna y resulta perfectamente concebible la una sin la otra.

Ahora bien, según Hume, el principio de causalidad tampoco puede ser considerado una cuestión de hecho. Cierto es que entre el fenómeno “causa” y el fenómeno “efecto” existe una contigüidad en el espacio, una sucesión temporal y una inquebrantable regularidad. Sin embargo, la causalidad, tal y como es propuesta por principio, establece que necesariamente el efecto debe suceder a la causa. Es postulado con la misma necesariedad que una relación de ideas, y esto es lo que Hume no acepta. La experiencia acredita que hay una sucesión espacio-temporal y regular entre el fenómeno “causa” y el fenómeno “efecto”, pero en ningún caso se tiene experiencia de esa necesariedad con la que el principio se forumula.
Esta, procede, según Hume, de la forma con que la naturaleza humana se apropia de la experiencia: el hombre tiende a creer que existe neciesariedad allí donde se ha habituado a contemplar dos fenómenos tan unidos como lo son los denominados causa y efecto.
El hábito, es decir, la costumbre adquirida por la experiencia de esa sucesión regular es la que conduce al ser humano a establecer la creencia de que se encuentran unidos por una ligazón necesaria, al estilo del que impera en las ciencias formales.
Creencia y hábito son los dos mecanismos psicológicos a los que apela Hume para explicar la supuesta necesariedad que rige el principio de causalidad.
Pero esta explicación conlleva que la validez objetiva del principio de causalidad quede reducida a una mera sensación de reflexión, absolutamente subjetiva.
Se trata, en definitiva, de una devaluación epistemológica de dicho principio, tradicional fundamento de todo discurso científico de carecer empírico.
Consecuencia inevitable será que las ciencias empíricas no se encuentren ya en condiciones de emitir juicios universales y necesarios, no podrán trascender el ámbito de la contingencia y la particularidad. Las ciencias que tratan sobre hechos, como la Física, no nos podrán ofrecer ya una demostración rigurosa y necesaria de sus proposiciones, sino únicamente un argumento probable. En términos platónicos, podríamos afirmar que la episteme queda rebajada, por mor de la teoría del conocimiento que postula Hume, a una doxa ajustada, y eso, en el mejor de los casos.

En cuanto a la idea de sustancia, ya sea ésta concebida de forma tradicional, como aquello que subsiste por sí mismo, ya como un simple sustrato de multiplicidad de cualidades, Hume se muestra también igualmente crítico. Si nos empeñamos en atenernos con absoluta rigurosidad a aquello de lo que tenemos estrictamente experiencia, en modo alguno conoceremos ese sustrato sustancial; sólo podremos certificar la existencia de las diferentes cualidades captadas, pero nunca de nada que sirva de base a tales cualidades ni mucho menos de nada que subsista por sí mismo de manera necesaria. Consecuentemente, para Hume, el concepto de “sustancia”, otro pilar fundamental del discurso científico, carece de valor gnoseológico. Gracias a la función que la memoria y la imaginación ejercen en el proceso del conocimiento humano, acabamos suponiendo que tiene que existir algo sustancial, pero carecemos de legitimidad suficiente para firmar de forma taxativa que algo así exista. Esto es tanto como afirmar que no podemos estar seguros de que exista un mundo exterior sustancial y dado que la única forma de existencia que en el siglo XVIII se conoce es la sustancial, lo que Hume viene a poner en tela de juicio es el fundamento mismo de la res extensa cartesiana, condenándonos al fenomenismo.

Una ampliación especialmente problemática de la crítica al concepto de sustancia acontece cuando Hume se plantea el valor gnoseológico del concepto “alma”, “yo pensante”, sustancializado por Descartes, o, simplemnte, cuando se plantea el problema de la identidad personal: ¿en qué reside, en qué se basa semejante sensación de identidad personal? Según Hume, todo lo que puede certificarse es la existencia de sucesivos estados de conciencia, de un haz de percepciones, de una colección de impresiones, las cuales se encuentran en un perpetuo fluir. En modo alguno se tiene la experiencia de nada que permanezca y que pudiese servir de base a una idea como la de “alma” o “yo pensante”. En nada podemos fijar nuestra sensación de identidad personal. Procede ésta de la memoria, es decir, de un mecanismo interno propio de nuestra forma de percibir la realidad, pero carecemos del más mínimo derecho a afirmar de manera taxativa que en la realidad exterior existe algo que fundamente la idea de conciencia, yo pensante, res cogitans, alma o identidad personal.
Siguiendo estos mismos criterios empiristas, la idea de Dios carecerá del más elemental valor de conocimiento, pues no puede fundamentarse en impresión alguna. Para Hume, todos los intentos realizados por demostrar la existencia de Dios, bien hayan sido, en terminología tomista, “propter quid” o “quia”, son vanos y sus conclusiones ilegítimas. De todas formas, Hume admite también que no es posible demostrar su no existencia, por lo que su postura al respecto es agnóstica. En cualquier caso, con la crítica la idea de res infinita cartesiana, Hume se desmarca de cualquier tipo de aspiración metafísica.

jueves, 10 de febrero de 2011

HUME: TEORÍA DEL CONOCIMIENTO

David Hume pretendía llevar a cabo en la filosofía una tarea análoga a la que Newton realizó en la física, al establecer sus leyes fundamentales. En su “Tratado de la naturaleza humana” (1740), el pensador escocés aspira a elaborar un discurso científico que explique el funcionamiento de la naturaleza humana. De la misma manera que para Descartes era la filosofía, para Hume será la ciencia que estudia la naturaleza humana la que debe quedar bien fundamentada, pues en ella hunden sus raíces el resto de las ciencias: saber cómo piensa el ser humano, qué tipos de procesos estructuran su pensamiento, es una exigencia previa y fundamental para poder desarrollar un sistema completo de las ciencias. De ahí que su teoría del conocimiento resulte el eje central de su filosofía.

En ella Hume establece que la mente humana está poblada por estados de conciencia, a los que denomina percepciones.

Estas percepciones se dividen en impresiones e ideas. Las impresiones serán actos originarios en nuestro conocimiento, mediante los cuales conocemos cualidades de los objetos del mundo exterior (impresiones de sensación) o nuestros estados de conciencia (impresiones de reflexión)

Las ideas serán los residuos o huellas dejadas por las impresiones una vez que éstas han desaparecido. Se diferenciarán de las impresiones por el menor grado de vivacidad con el que son percibidas en nuestra mente.

Las ideas, concebidas por Hume como átomos psicológicos, deberán poder corresponderse con una impresión para tener valor de conocimiento y se asociarán entre sí de acuerdo a unas leyes psicológicas, que funcionan mecánicamente y que Hume organiza de la siguiente manera:

Ø Ley de la semejanza: las ideas semejantes tienden a asociarse. Si pensamos en un retrato nos acordamos de la persona retratada.
Ø ley de la contigüidad en el tiempo o en el espacio: las ideas que se encuentran próximas en el tiempo o en el espacio tienden a asociarse. Si pensamos en París, nos viene a la cabeza el río Sena.
Ø Ley de la causa y el efecto: cuando a una idea le sigue siempre otra tendemos a pensarlas como unidas por la ley de la causalidad. Si vemos humo tendemos a pensar en el fuego como su causa.

La influencia de Newton se observa claramente cuando Hume afirma que la fuerza de asociación y solidez es proporcional a la distancia o proximidad que haya entre tales ideas asociadas. Estos lazos del pensamiento vienen a configurar los principios de la ciencia de la naturaleza humana, ya que a través de ellos el ser humano se pone en relación con cualquier persona u objeto exterior a sí mismo.

De acuerdo con estas tesis, Hume analiza los discursos que pretenden ser científicos, con la finalidad de averiguar cuáles merecen realmente ese calificativo. Así distinguirá que, de acuerdo al tipo de juicios que configuran esos discursos, podemos encontrarnos dos tipos de ciencias: las formales, compuestas por juicios que Hume denomina “relaciones de ideas” y las empíricas, con juicios que Hume llama “cuestiones de hecho”. Las relaciones de ideas son juicios deductivos, en los que el predicado se obtiene por análisis del sujeto, por tanto, universales y necesarios, ya que la formulación del juicio contrario encerraría contradicción, y formulados a priori, es decir, no resulta preciso recurrir a la experiencia para comprobar si es o no verdadero. Son juicios estériles desde el punto de vista del conocimiento, ya que no nos aportan nada nuevo; a lo sumo, nos permiten conocer un poco mejor el sujeto.
Las cuestiones de hecho, por el contrario, son aquellos juicios de carácter sintético, basados en la experiencia, por lo que sólo pueden ser concretos y particulares, la formulación del juicio contrario es siempre perfectamente posible desde un punto de vista lógico y son proposiciones emitidas a posteriori, ya que es preciso recurrir a la experiencia, para comprobar si son o no verdaderos. Estos juicios sí aportan conocimientos nuevos, pero carecen del grado de certeza que nos ofrecen las relaciones de ideas.

A partir de estas determinaciones, Hume analizará aquellos juicios y conceptos que tradicionalmente han venido siendo el soporte del discurso científico, para averiguar hasta qué punto puede depositarse en ellos una confianza plena. Se trata de una labor crítica, que acabará poniendo en tela de juicio el valor de fundamentos tan importantes para la ciencia como el principio de causalidad o el concepto de sustancia.

La consecuencia de todo ello es que Hume acabe defendiendo un escepticismo epistemológico, si bien mitigado por el sentido común, pues el hombre precisa aferrarse a sus creencias para seguir llevando una vida digna. Igualmente, adoptará una postura fenomenista, ya que según sus tesis, sólo podrá certificarse el valor de aquellas ideas que puedan referirse a algún tipo de impresión, resultando ilegítimo todo intento de ir más allá de ellas. Por último, negará el más mínimo valor científico a la metafísica, en tanto que discurso que trata de desentrañar el ser de las cosas y llegar, así, a la realidad última y más verdadera. Esta pretensión resulta para Hume totalmente improcedente

EL EMPIRISMO DE LOCKE Y HUME


Se conocoe con el nombre de “empirismo” a una corriente filosófica que se desarrolla entre los siglos XVII-XVIII paralela al racionalismo y cuyos máximos representantes son británicos, por lo que a veces también se le da a esta corriente el nombre de “empirismo inglés”: Hobbes, Locke, Berkeley y Hume.
Comparten con los racionalistas la tesis filosófica propia del idealismo: el objeto de conocimiento son las ideas del sujeto, que pretenden ser representantes de las cosas reales.
Su problema filosófico será, por tanto, similar: determinar qué ideas poseen valor de conocimiento. La respuesta a este problema es la que les distancia de los racionalistas.
Frente a estos, los empiristas consideran que sólo aquellas ideas que proceden de la experiencia pueden poseer algún valor de conocimiento.
Consecuentemente, todas las representaciones auténticas tienen su origen en la experiencia y son imágenes de lo particular y lo concreto.
Negarán la existencia de ideas innatas: todo contenido de conciencia tiene su origen en la experiencia. Así, por ejemplo, Locke afirmará que el entendimiento del individuo, al nacer, es una “tabula rasa”
Los empiristas sólo considerarán legítimo aquel conocimiento que se atenga a la experiencia.
No concederán por ello validez, siguiendo la estela de Guillermo de Ockham y coincidiendo en esto con los racionalistas, al conocimiento abstractivo de los escolásticos, si bien Locke le otorga alguna función dentro de su sistema. Consideran que la intuición es el modo adecuado de acceso al conocimiento, aunque los empiristas partirán de intuiciones empíricas y no intelectuales, como los racionalistas. Su punto de partida no son los puros conceptos, sino de imágenes, es decir, de las huellas que deja la sensación en el entendimiento.
Es por todo esto por lo que, como modelo de saber, el empirismo elige a las denominadas ciencias empíricas, fundamentalmente la física newtoniana, concediendo valor a las matemáticas en tanto que pueden ser aplicadas al conocimiento físico, pues también piensan que las leyes de la naturaleza pueden ser sólo expresadas en caracteres matemáticos. Prestan una mayor atención al valor técnico-práctico del conocimiento, orientado a la resolución de problemas humanos, que por el conocimiento en sí y frente al modelo de razón deductiva, propio de los racionalistas, los empiristas reivindicarán un modelo de razón analítica