sábado, 11 de diciembre de 2010

ÉTICA Y POLÍTICA EN ARISTÓTELES

La ética aristotélica posee cuatro características básicas, a saber, teleológica, eudaimonista, fundada en la virtud e intelectualista, que desarrollaremos en nuestra exposición
Aristóteles considera propio del alma humana, además de las funciones típicas del alma vegetal y animal (nutrición, crecimiento y reproducción, y percepción, apetición y locomoción respectivamente), la función racional.
Esta función se despliega en dos direcciones: teórica y práctica. Por ello puede distinguirse un tipo de razón científica, tendente al conocimiento propio de la esencia de los seres, con finalidad contemplativa, y una razón práctica, tendente al determinar el tipo de acción más adecuado para la consecución de un fin, con una finalidad claramente pragmática y estratégica.
El fin (telos) que se persigue será siempre algo deseable y bueno; por ello, toda acción que nos acerque a su consecución será considerada como buena y mala toda aquella que nos aleje de nuestro cometido.
La reflexión ética de Aristóteles, ciencia eminentemente práctica, consistirá, pues, en determinar qué es lo que debemos desear, para poder así dirigir nuestra acción correctamente.
Aquello que debemos desear, el fin último hacia el cual deben encaminarse nuestras acciones debe ser definitivo, es decir, deseable por sí mismo, de tal manera que su logro debe colmar todas nuestras aspiraciones. En ningún caso, se tratará, por tanto, de un medio, de una etapa intermedia, cuya consecución nos propicie metas mejores.
Deberá consistir en un fin incondicionado, un fin de fines, universal, en función del cual determinaremos cualquiera de nuestras elecciones: se tratará del bien supremo.
A este bien supremo Aristóteles le concederá el nombre de eudaimonía, felicidad. En definitiva, según Aristóteles, el hombre tiende, por su propia naturaleza, a buscar la felicidad. La cuestión estriba ahora en determinar el quid de la felicidad.
Aristóteles es consciente de que unos depositan la felicidad en las riquezas otros en la gloria otros en la fama, etc. Para el estagirita, todos se equivocan, pues nada de lo que así se busca se puede proponer como fin último y supremo, sino como fines intermedios, que, en todo caso, podrían llegar a lo que Aristóteles entiende que podría ser una vida feliz. La felicidad no se puede depositar en objeto alguno; se tiene que tratar de un quehacer, de un ejercicio, de una actividad, de lo que podría denominarse de una actitud vital. La felicidad reside no en lo que se consigue tener o en hacer algo concreto, sino en la forma que la acción adopta, no en un qué hacer sino en un cómo hacer. La felicidad se reduce a una vida feliz, la cuál viene caracterizada por un determinado tipo de actitud a la hora de elegir las acciones y llevarlas a cabo.
Esta forma de hacer debe propiciar el fortalecimiento y el perfeccionamiento de la esencia de lo propiamente humano. Al ser ésta de carácter racional, la felicidad surgirá si el individuo se ejercite en su vida con actitud básicamente racional.
Pero esta actividad de carácter racional, en la medida en que el hombre posee logos, el don de la palabra, que le convierte en un ser social por naturaleza, debe desarrollarse con regularidad y con implicaciones en los que le rodean, es decir, en el seno de la polis. Sólo en ese contexto, el hombre podrá ser capaz de ejercitarse en la virtud, comportarse de forma virtuosa y así sentirse plenamente realizado y feliz.
Desde el punto de vista de la ética, la virtud más importante será la prudencia, “phrónesis”, “manera de ser racional, verdadero y práctico en relación con los bienes humanos”. Se trataría de un saber de carácter universal, pero no necesario, ya que se funda en nuestra libre decisión de conducirnos o no de manera virtuosa. De lo que se trata es de actuar conforme a una norma adecuada que nos marque el curso de la acción a seguir. Esa norma deberá atender al término medio, que en función de nuestras propias características y circunstancias, sea razonable establecer. Ser valiente, generoso, modesto, sincero, etc., dependerá en cada caso de las circunstancias personales, pues no parece razonable exigirle exactamente la misma generosidad a un rico que a un pobre, lo cual no impediría que nos podamos encontrar a un pobre mucho más generoso que un rico, aunque el primero cediese una cantidad de riqueza mucho menor que la que entregada por un rico. No se trata, por tanto, de un término medio matemático, sino ajustado siempre de forma racional a las circunstancias personales de cada uno. En la medida en que uno sepa conducirse con la prudencia adecuada, en esa misma medida se comportará de acuerdo al término medio que le corresponda. Pero para Aristóteles, tan importante como la experiencia, es adquirir el hábito de querer comportarse virtuosamente.
Aristóteles entenderá el hábito como la adopción de una actitud firme de la voluntad por llevar a cabo ciertas acciones; en optar preferentemente con asiduidad por actuar de una determinada manera. Requerirá esfuerzo y voluntad, pero en la medida en que adquiramos el hábito de actuar de tal manera, será engendrada la costumbre y forjado el carácter. No se trata, pues, de una mera repetición mecánica, si no más bien de la interiorización de la necesidad de esforzarse cada día en realizar un determinado tipo de acción, en cultivar unas determinadas pautas de actuación, de la misma manera que un arquero se esfuerza por atinar en el centro de la diana. Será la expresión del modo de ser, de la actitud vital que guíe el devenir de un ser humano por el mundo.por el cual el hombre se hace bueno y por el cual ejecuta su función propia. En la adquisición de este hábito es obvio que la educación jugará para Aristóteles un papel estelar, formando los mejores ciudadanos posibles.

La ética aristotélica se completa y perfecciona en la Política, ya que ésta es “la más fundamental de todas las ciencias, porque contiene a todas”.
El hombre es por naturaleza un ser social y su esencia sólo podrá realizarse plenamente en el seno de la polis. La ciudad-estado es el espacio adecuado en el que el hombre delibera y elige. Por ello Aristóteles realizará un pormenorizado análisis de lo que es la polis, de sus formas de gobierno y de cuál es, a su juicio, la más deseable.
Aristóteles distingue diferentes niveles de socialización, del menos perfecto al más perfecto y natural. Así, el hombre se agrupará, primeramente, en familias, luego en aldeas y, por último, en polis. En la polis se produce algo que está ausente del resto de agrupaciones sociales: no debe consistir en una asociación basada únicamente en la satisfacción de intereses básicos, sino que debe existir un compromiso político por parte de aquellos que forman parte de ella, un compromiso con la idea de mejorar y de propiciar la mejor ciudad posible para así poder alcanzar la vida feliz. Su finalidad, pues, no será sólo el bienestar material, sino, fundamentalmente, el perfeccionamiento moral de los ciudadanos a través de la práctica de la virtud.
El gobierno de la polis debe facilitar esa finalidad y Aristóteles realiza por ello un pormenorizado análisis de las diferentes formas de gobierno que pueden dirigir la vida en la polis: así, siempre que busquen el bien común, distinguirá entre monarquía, cuando es el gobierno de uno solo, aristocracia, cuando al frente se encuentren unos pocos, y república cuando el poder recaiga en manos de la clase media mayoritaria. Si el régimen político persigue el beneficio propio y se olvida del colectivo, entonces nos encontraremos ante las formas corruptas de los regímenes ya expuestos, a saber. Tiranía, oligarquía y democracia.
En teoría, la forma más deseable sería la monarquía o la aristocracia, pero consciente Aristóteles de lo difícil que resulta encontrar al monarca sabio que sea capaz de gobernar de acuerdo a la máxima justicia, es inclina por una polis comedida en sus dimensiones, con una clase media mayoritaria y acomodada, y en la que recaiga el poder y la dirección de la ciudad. Con ello entiende que se minimiza el riesgo de que los gobernantes se corrompan y se facilita un gobierno dirigido a alcanzar el bien de la polis en su sentido más global.

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