miércoles, 1 de diciembre de 2010

CONCEPCIÓN ANTROPOLÓGICA DE PLATÓN


La concepción antropológica de Platón, inspirada en gran medida por tesis pitagóricas, que tuvo oportunidad de conocer en sus viajes a Siracusa, está en estrecha relación con su dualista concepción ontológica. De la misma manera que Platón distingue entre un mundo sensible y un mundo inteligible, considera que el hombre es un compuesto de cuerpo y alma. Se trataría de dos entidades antagónicas, en tensión. El cuerpo vendría a corresponderse con el mundo sensible y sus características serían las propias de este ámbito: terrenal, material, mortal, generable y corruptible, fuente de apetitos y deseos. Platón expone en no pocas ocasiones una concepción totalmente peyorativa del cuerpo, considerándole como la raíz de todo lo malo y pernicioso, como una cárcel para el alma, que le impide a ésta que ascienda hacia el mundo inteligible.
Por el contrario, el alma, que se encontraría unida al cuerpo de forma totalmente accidental, producto de una “caída”, sería el principio vital que infunde vida y movimiento a la inerte materialidad del cuerpo. Vendría a constituir el auténtico ser del hombre, su auténtico “yo”. De la misma textura que las ideas, inmaterial, simple, inteligible, uniforme, indisoluble e inmortal, su función primordial consistirá en poder acceder al conocimiento de éstas; tiende por naturaleza hacia ellas, ya que ha preexistido en su ámbito con anterioridad a su “caída” a un cuerpo humano. Es por ello que Platón, en su diálogo el Fedón, defiende que el alma, en realidad, más que conocer una idea de manera totalmente novedosa, las reconoce, pues, de alguna manera, se encuentran ya en ella. Se trataría de la teoría de la reminiscencia, que implica una cierta cualidad innata de las ideas y un reconocimiento del método socrático de enseñanza, en el que lo fundamental sería la motivación del educando, a través de un adecuado interrogatorio, para ponerle en situación de un auténtico aprendizaje. En este proceso de reconocimiento de las ideas, el alma sufriría un paulatino proceso de purificación, transmigrando de cuerpo en cuerpo, si fuera preciso, hasta que pueda acceder a la intuición intelectual de la idea de bien. No obstante, el alma, arrastrada por el cuerpo, y dada su naturaleza tripartita, es decir, no puramente racional, y que Platón se ve obligado a posturlar para explicar tanto los conflictos internos que los individuos sienten como los diferentes tipos de comportamientos humanos que se manifiestan, puede verse violentada en su naturaleza y, en consecuencia, apegada a las cosas terrestres y sensuales. La única forma de evitarlo será a través de un duro proceso educativo, cuya finalidad será conseguir que la parte racional del alma, -específicamente humana, de naturaleza puramente divina e inmortal, ubicada en la cabeza y separable del cuerpo-, impere sobre la parte concupiscible -ubicada en el vientre, no separable del cuerpo, mortal y que rige el deseo-, y la irascible -común con los animales, ubicada en el pecho, tampoco separable del cuerpo y por tanto mortal, y centro de la voluntad, hasta el punto que de ella dependerá que el hombre sea capaz de superar el dolor y renunciar a los placeres-, procurando que cada una de ellas se ejercite en la virtud que le es propia: la racional en la sofía, la irascible en la andreia y la concupiscible en la sofrosine. Sólo así podrá alcanzarse la dikaiosine en el alma, el equilibrio y la armonía. Aunque ello dependerá también de que este alma se encuentre insertada en una polis perfecta, en la que gobiernen los sabios y en la que cada ciudadano ocupe el lugar que, de acuerdo con la parte de su alma preponderante, ocupe en lugar en la sociedad que por naturaleza le corresponda

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