lunes, 29 de noviembre de 2010

LA TEORÍA DEL CONOCIMIENTO EN PLATÓN


La exposición de la teoría del conocimiento de Platón debe realizarse en estrecha relación con sus planteamientos ontológicos.
De la misma manera, que en el ámbito del ser, Platón establece un dualismo ontológico, distinguiendo dos mundos radicalmente opuestos, el sensible y el inteligible, en el ámbito epistemológico, Platón diferenciará entre el conocimiento propio del mundo sensible y el saber correspondiente al mundo inteligible.
Del mundo sensible, al caracterizarse por el devenir y el cambio, sólo podremos obtener un conocimiento de carácter igualmente sensible, particular, circunstancial y falible. Platón dirá que sólo podemos obtener de él doxa, opinión, de la que, en el mejor de los casos, podremos esperar que sea ajustada a la auténtica realidad a la que pretende referirse. Será un tipo de saber totalmente insuficiente, basado fundamentalmente en la información que recibimos a través de los sentidos y con el que sólo los ignorantes, aquellos que no son capaces de entender que ese ámbito es el de la pura apariencia de ser, que carece de fundamento alguno, podrán contentarse.
Del mundo inteligible, por el contrario, al caracterizarse por su eternidad, por su inmutabilidad, por su necesariedad y permanencia, al encontrarse en él el fundamento de todo lo existente, le podrá corresponder un tipo de conocimiento universal y necesario, definitivo, infalible, transmisible, un conocimiento que aporte auténtica sabiduría. Le corresponderá la episteme, la ciencia y la posibilidad de dar razón de las causas y de los principios que determinan la esencia de todo ser físico. Será el tipo de saber al que aspire el sabio, aquél que es capaz de mostrar a los demás lo más verdadero, en tanto que esto se muestra como irrefutable e incontrovertible.
En su texto de la “República” conocido como “la parábola de la línea”, Platón lleva a cabo una concreción mayor de los diferentes grados de conocimiento que distingue. Establece que en el ámbito de lo opinable podrían discernirse aún dos grados de conocimiento: por una parte, el más bajo, aquél que se corresponde a lo que tiene pura apariencia de ser, a lo que en el mito de la caverna viene simbolizado por las sombras y al que llamaría “eikasía”; por otra, un nivel de conocimiento de mayor rango, “pistis”, que se correspondería con el conocimiento de los seres físicos y que en el mito de la caverna vendría simbolizado por el conocimiento que adquiere el prisionero cuando es liberado en primera instancia y obligado a situarse a la altura de la hoguera y mirar a los objetos artificiales que producen las sombras y a la propia luz del fuego.
En el ámbito de la episteme, de igual manera, Platón va a discernir entre dos niveles de conocimiento, siempre en de rango superior al que se produce en el mundo de lo opinable. El primero de ellos será el que denomina “dianoia”. Se trata del conocimiento propio del matemático, que en el mito de la caverna se correspondería con el que adquiere el prisionero que ya ha salido de la caverna y se encuentra inmerso en pleno proceso de adaptación, fijándose primero en las sombras e imágenes de los objetos reflejados en las aguas y luego en la luz de la luna y las estrellas. Para Platón, las entidades matemáticas vienen a ser reflejo, hipótesis, representantes de las auténticas realidades, de las ideas, y resulta por tanto esencial que aquél que aspire al conocimiento del fundamento del ser se vaya preparando primero con estas entidades de carácter básicamente racional, pero que precisan aún de cierta base sensible. Porque, en definitiva, Platón va a considerar que sólo puede alumbrarse auténtico conocimiento, auténtico saber, cuando la razón, por sí sola, sin apoyo sensible alguno, es capaz de intuir directa e inmediatamente las auténticas entidades, las ideas. Se alcanza entonces la noesis, el grado de conocimiento más alto, la intuición intelectual, que culmina con la contemplación de lo más verdadero, del fundamento de todo ser, de la idea de bien.
Todo este despliegue epistemológico tiene una forma elemental que deberá observar aquél que aspire a la sabiduría: deberá desarrollarse dialécticamente. A base de ir contrastando entidades opuestas para eliminar aquellas que se encuentren más “contaminadas” de materialidad, para ir quedándose con las que poseen un mayor grado de inteligibilidad. El aspirante a sabio irá ascendiendo peldaños en el proceso de conocer que le llevarán a la cúspide cuando haya aprendido a valerse única y exclusivamente del poder dialéctico de la razón. Así, la dialéctica en Platón, inspirada en el método socrático, que a base de preguntas y respuestas, argumentos y contra-argumentos iba dejando a un lado, de manera paulatina, los ejemplos concretos, propios de la experiencia, para encaminarse al conocimiento de la esencia, a la definición del concepto, se convertirá en los diálogos platónicos en el auténtico método o camino para acceder al saber. Se tratará de un proceso de abstracción por el cual se van pasando por alto las particularidades del mundo sensible a la vez que se van accediendo a las concepciones universales propias de mundo inteligible. Una vez en ese ámbito, Platón exigirá que el conocimiento propio de las ideas de despliegue, igualmente, de forma dialéctica, hasta alcanzar el conocimiento de la idea más fundamental, incontrovertible, irrefutable y verdadera, la idea de Bien, el fundamento de todo ser. No obstante, este carácter ascendente de la dialéctica debe completarse con ese otro descendente y descrito en el mito de la caverna, según el cual, el sabio, una vez alcanzada la noesis, la intuición intelectual de la idea de bien, debe desandar el camino emprendido, iniciar lo que podría entenderse como una “dialéctica descendente”, consistente en ir bajando deductivamente desde el conocimiento de las ideas hasta el de lo concreto y particular, con vistas a su aplicación en el terreno de lo sensible y de los asuntos humanos. Se perseguirá con ello la liberación de los hombres, sumidos en la ignorancia, aun a riesgo de que ello pueda costarle su propia vida, como le ocurrió a Sócrates. Se trata del destino trágico del sabio, del precio de la sabiduría.

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