lunes, 11 de abril de 2011

NIHILISMO Y VOLUNTAD DE PODER: LA MUERTE DE DIOS


El término “nihilismo”, que en la obra de Nietzsche posee una gran relevancia, proviene de la palabra latina “nihil” y significa “nada”. En un sentido general, podría entenderse como una “voluntad de la nada”, como el resultado de un hastío, un hartazgo, que conduce a un estado de aburrimiento, en el que impera la inacción y la ausencia del deseo. Se caracteriza por una incapacidad para querer, para valorar afirmativamente y por una renuncia a la esencial voluntad de poder. Ésta es, según Nietsche, el estado al que la cultura occidental habría llegado en el siglo XIX. Caracterizada por el triunfo de la metafísica platónica y los valores morales plebeyos, con fundamento judeocristiano, marcada por la paulatina implantación de la democracia liberal, cuando no del socialismo, y liderada por el espíritu científico, el hombre occidental de esta época ha llegado a un estado de total renuncia a la vida, a la voluntad de poder, recreándose en una falsa e idílica realidad que le conducirá a la mediocridad y al conformismo. Estas serán, a juicio del filósofo alemán, las características principales que distinguirán a esa pretendida sociedad ilustrada a la que aspiraba Kant y que se distingue por su confianza plena en el poder de la razón humana, al margen de toda intervención divina. Por esta razón, Nietzsche constata que el hombre occidental en estado de ilustración prescinde de Dios. Ya no es posible una metafísica científica y se arraiga la creencia de que los valores trascendentes son un estorbo para el progreso. Nietzsche certifica así la muerte de Dios, “Dios ha muerto”, dirá. Como consecuencia inmediata, se da paso a un nuevo tipo de nihilismo, un nihilismo activo, negador, que deroga todos aquellos valores que sirven de fundamento a nuestra vida y se pierde todo punto de referencia. Hemos eliminado el mundo de lo sobrenatural, hemos quebrado los valores o ideales que estaban vinculados con aquél. Con la muerte de Dios se pone en franquicia la desaparición del hombre occidental, cansado, caduco y envejecido y se propicia la aparición de un nuevo hombre, de un nuevo nihilista, que se sacrificará en la destrucción de los valores tradicionales y pondrá en franquicia la aparición de un nuevo espíritu creador. La muerte de Dios, superación del monoteísmo cristiano y de la metafísica dogmática, es para Nietzsche, el más grande de los hechos. Es el auténtico acontecimiento que divide la historia de la humanidad, no el nacimiento de Cristo. Cualquiera que nazca después de esta muerte pertenecerá a una historia más alta que ninguna de las que hayan transcurrido. Zaratustra comienza por anunciar este acontecimiento -la muerte de Dios- y luego, sobre las cenizas de Dios, levantará la noción de superhombre, del hombre nuevo, entregado a la voluntad de poder y dominado por el ideal dionisiaco que ama la vida y que, volviendo la espalda a las quimeras del cielo, volverá a la saludabilidad de la tierra. El hombre se descubre como aquel que valora, aquel que da sentido, que afirma la vida. Ésta adquiere el sentido que nosotros le concedamos y en ello residirá la grandeza del hombre nuevo, del superhombre (Übermensch)

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