jueves, 10 de febrero de 2011

HUME: TEORÍA DEL CONOCIMIENTO

David Hume pretendía llevar a cabo en la filosofía una tarea análoga a la que Newton realizó en la física, al establecer sus leyes fundamentales. En su “Tratado de la naturaleza humana” (1740), el pensador escocés aspira a elaborar un discurso científico que explique el funcionamiento de la naturaleza humana. De la misma manera que para Descartes era la filosofía, para Hume será la ciencia que estudia la naturaleza humana la que debe quedar bien fundamentada, pues en ella hunden sus raíces el resto de las ciencias: saber cómo piensa el ser humano, qué tipos de procesos estructuran su pensamiento, es una exigencia previa y fundamental para poder desarrollar un sistema completo de las ciencias. De ahí que su teoría del conocimiento resulte el eje central de su filosofía.

En ella Hume establece que la mente humana está poblada por estados de conciencia, a los que denomina percepciones.

Estas percepciones se dividen en impresiones e ideas. Las impresiones serán actos originarios en nuestro conocimiento, mediante los cuales conocemos cualidades de los objetos del mundo exterior (impresiones de sensación) o nuestros estados de conciencia (impresiones de reflexión)

Las ideas serán los residuos o huellas dejadas por las impresiones una vez que éstas han desaparecido. Se diferenciarán de las impresiones por el menor grado de vivacidad con el que son percibidas en nuestra mente.

Las ideas, concebidas por Hume como átomos psicológicos, deberán poder corresponderse con una impresión para tener valor de conocimiento y se asociarán entre sí de acuerdo a unas leyes psicológicas, que funcionan mecánicamente y que Hume organiza de la siguiente manera:

Ø Ley de la semejanza: las ideas semejantes tienden a asociarse. Si pensamos en un retrato nos acordamos de la persona retratada.
Ø ley de la contigüidad en el tiempo o en el espacio: las ideas que se encuentran próximas en el tiempo o en el espacio tienden a asociarse. Si pensamos en París, nos viene a la cabeza el río Sena.
Ø Ley de la causa y el efecto: cuando a una idea le sigue siempre otra tendemos a pensarlas como unidas por la ley de la causalidad. Si vemos humo tendemos a pensar en el fuego como su causa.

La influencia de Newton se observa claramente cuando Hume afirma que la fuerza de asociación y solidez es proporcional a la distancia o proximidad que haya entre tales ideas asociadas. Estos lazos del pensamiento vienen a configurar los principios de la ciencia de la naturaleza humana, ya que a través de ellos el ser humano se pone en relación con cualquier persona u objeto exterior a sí mismo.

De acuerdo con estas tesis, Hume analiza los discursos que pretenden ser científicos, con la finalidad de averiguar cuáles merecen realmente ese calificativo. Así distinguirá que, de acuerdo al tipo de juicios que configuran esos discursos, podemos encontrarnos dos tipos de ciencias: las formales, compuestas por juicios que Hume denomina “relaciones de ideas” y las empíricas, con juicios que Hume llama “cuestiones de hecho”. Las relaciones de ideas son juicios deductivos, en los que el predicado se obtiene por análisis del sujeto, por tanto, universales y necesarios, ya que la formulación del juicio contrario encerraría contradicción, y formulados a priori, es decir, no resulta preciso recurrir a la experiencia para comprobar si es o no verdadero. Son juicios estériles desde el punto de vista del conocimiento, ya que no nos aportan nada nuevo; a lo sumo, nos permiten conocer un poco mejor el sujeto.
Las cuestiones de hecho, por el contrario, son aquellos juicios de carácter sintético, basados en la experiencia, por lo que sólo pueden ser concretos y particulares, la formulación del juicio contrario es siempre perfectamente posible desde un punto de vista lógico y son proposiciones emitidas a posteriori, ya que es preciso recurrir a la experiencia, para comprobar si son o no verdaderos. Estos juicios sí aportan conocimientos nuevos, pero carecen del grado de certeza que nos ofrecen las relaciones de ideas.

A partir de estas determinaciones, Hume analizará aquellos juicios y conceptos que tradicionalmente han venido siendo el soporte del discurso científico, para averiguar hasta qué punto puede depositarse en ellos una confianza plena. Se trata de una labor crítica, que acabará poniendo en tela de juicio el valor de fundamentos tan importantes para la ciencia como el principio de causalidad o el concepto de sustancia.

La consecuencia de todo ello es que Hume acabe defendiendo un escepticismo epistemológico, si bien mitigado por el sentido común, pues el hombre precisa aferrarse a sus creencias para seguir llevando una vida digna. Igualmente, adoptará una postura fenomenista, ya que según sus tesis, sólo podrá certificarse el valor de aquellas ideas que puedan referirse a algún tipo de impresión, resultando ilegítimo todo intento de ir más allá de ellas. Por último, negará el más mínimo valor científico a la metafísica, en tanto que discurso que trata de desentrañar el ser de las cosas y llegar, así, a la realidad última y más verdadera. Esta pretensión resulta para Hume totalmente improcedente

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